Amor sin
misericordia:
Querido
Antonio, disculpa la tardanza. No puedo reducir a palabras esta
emoción. Esta
obra tuya, nunca podrá ser escrita por otro gañán
(mozo de labranza). Es
inesperada, fresca, casera. Es tan propio de ti, joder, mis
letras con esa música
difícilmente tarareable, que al
detenerme frente a amor sin misericordia
no he dejado de sorprenderme. Me parece apropiado diseccionarlo
canción a
canción.
Sale la luna es la que menos me gusta,
es una canción de cuna para peter pan borracho ante la salida de
su primer
bigote. Es una canción de infancia, una visión agridulce
del mundo que
comprende un niño con sabor a sangre fresca en la boca, con la
imprudencia del
que no conoce, con la sorpresa de quién descubre hermoso y
terrible, y que se
hace un hombre cuando usa esas palabras reservadas para adultos. Pero
la música
recrudece los sentidos de una elegía a los niños que
dejan de jugar en los ríos
con espadas de juncos.
Dame calor es un sol dentro de la
penumbra tenebrosa. De la etapa mexicana, una canción para
amantes, para la
amada, una promesa de silencio, una promesa de vida. La música
acaricia las
palabras y las lleva en sus alas como una oración, con esa
inflexión reflexiva…
coño, que me he sorprendido cantándola en la ducha. Todo
un regalo para el
alma. Que bueno es ese Buckley.
Oruga es un cuento, una fábula, un
fernando borracho por el país de las maravillas… pero a
la española, con
lentejas, y hierbas. Y amor, y tiempo que se escapa y no se puede
retener. Una
añoranza de la cena que nos darán los cactus más
amargos. La música relata las
esquinas de este sueño, lo perfila, lo amolda, lo sugiere, lo
traslada, lo
difumina, lo distiende, lo armoniza, lo canta. Es un gusto. Un gusto
acústico
con un final inquietante, trepidante, sostenido, incluso familiar.
Ser bueno me encanta. Es un estado de
atolondramiento, seguido de un despertar ruidoso y soliviantado como
cuando
suena el busca en una guardia. Es terrible darse cuenta hasta
qué te reduce una
mujer cuando te deja, es capaz de matarte por inanición, con
anemia, con falta
de oligoelementos, sin puto orgullo que echarte a la boca. Una jodida
desesperación por quedar encerrado en los límites de la
cotidianidad. Ya no
queda más que salir de esa trepidante espiral de
autodestrucción. La música es tremenda,
poderosa, un grito desesperado, un aquí estoy pero no puedo
salir, un guagua
que llora lágrimas irónicas de abstinencia, una poderosa
reflexión sobre el
ritmo, una jodida reflexión sobre la resonancia de una paliza,
una cadena de
golpes entrelazados, una forma de amasar contra la roca la miga de un
pan
ácimo, un estribillo genial que se muerde la cola, que da
vueltas sobre sí…
para salir airoso de este temazo.
En vano es un homenaje
polifónico a
Pound, al desierto de una soledad cotidiana, una rutina temeraria de la
que
sólo nos sacan las nuevas apuestas, las nuevas tendencias, las
ganas de
buscarle cinco jodidos pies al gato ( de noche todos los gatos son
pardos). Me
gusta, es un gospel de blancos que no podrán hacer nada mejor.
Carne de ángel es una delicada
revisión
de un futuro Apocalipsis, de un futuro terminar para un nuevo
despertar. Un
entierro de conciencias para lavar lo ya sabido, para enfrentarnos
puros a un
amor inmenso, que no será agradable, sino como tenga que ser. La
música dulcifica
el tránsito, dándole más carga tragicómica
a lo acontecido, dándole una vuelta
más al exceso, a la exasperación, al miedo de lo que no
puedes contener.
Magnífica (aquí si acaso es la letra la que falla).
La corneta del cazador es un
homenaje
a
nuestro pasado de nómadas enamoradizos, jóvenes desnudos
a nuevas formas de
lenguaje corporal, un exceso de amor y caricias, una muerte vivida con
naturalidad, un amor infatigable y eterno de una lucha de sudor en
colchones de
espuma… la espuma de los días. La música adorna
esta elegía de amores furtivos,
acomoda la percusión un cierto desasosiego que llega al final
con un
insuperable acorde zeppeliano. Pura raíz, pura esencia.
Abuelos sin fiesta es
una
visión tierna y aterradora de una
futura vejez, en la que nuestra ralea se reirá de nuestros
mitos, nuestros
objetos, nuestra decadencia, nuestra cultura, nuestra ignominia,
nuestra
ceguera (orgánica y mental), nuestras enfermedades (que
llegarán), nuestro
desconsuelo cuando los veamos divertirse mientras a nosotros se nos
haya
olvidado reir. El hogar como purgatorio, la casa como cementerio de
matrimonios
desahuciados. Pero a ellos también les llegará. A
nosotros no. La música le da
ese aire tragicómico, esa trascendencia que dan los ritmos
orientales, esa
delicadeza de los coros, esas guitarras refinadas, esa percusión
a orillas del
Ganghes. Tremenda.
Hombre en perspectiva es un
salmo
improvisado para el siglo XXI, un recuerdo de que sólo el
hombre, y su
dignidad, puede salvar al hombre, y a su esencia, y a su género.
La música
moderniza en clave soul los acordes de un blues arrabalero y
primigenio, que
sólo los perdedores pueden reconocer como un himno, como un
sonido de su vida,
como una nueva música de acordes perpetuos… y hermosos.
Qué final más tembloroso.
Sin reposo era
una
crítica a las acomodadas conciencias cotidianas y
burguesas de la que hacemos gala los plebeyos que reconocen el
misticismo y lo
pisotean si reposo. Peor es que todo siga, que siga aunque no hagamos
nada. Siempre
habrá hermosos evolucionarios con boinas negras. La
música reencarna al zappa
más hereje, más triunfal, más acuático y
coral, más cacerolero, una música
casera de límites imaginativos desenfrenados. Ritmos complejos,
como una jodida
fibrilación auricular sin huevos de frenarla. Son ocho minutos,
joder.
Niego a veces tantas verdades es
un
poema acerca de la incomprensión, de las cosas que hacemos por
los demás y
nadie reconoce, de las cosas que hacemos por amor, pero cuando el amor
no se
entiende, no se agradece, es necesario diseccionarlo por órganos
y aparatos, y
así reconocer lo absoluto, reconocer a Dios en la locura que
mata y la verdad
que da vida al mundo, reconocer a Dios en el amor. En tu amor
más cotidiano. Es
un himno horrorizado ante las cosas que se hacen por amor. La
música ordena
como un hilo de sutura las desmembradas ideas de este canto
desesperado, recoge
la desesperación en sus armonías y su voz… hasta
llegar al estribillo
escalofriante que hace temblar los ojos, esos violines que te rasgan el
corazón… que te abren la carne… que colman tu
aliento… que calienta tu garganta
de sangre que lucha por escapar a borbotones de tu alma dolorida.
Quién no ha
amado nunca tanto como para poder comprender la muerte. La muerte se
sostiene
en las notas turbadoras y conmocionadas del final, con golpe lejano que
derrama
la cubeta y cierra las tumbas. Hermoso.
Fernando
Jaén.
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